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martes, agosto 23, 2005

Cielo

Vera inhala las estrellas que le arrebató a la noche. No le parecen suficientes. Para desterrar la agonía de la vigilia incipiente, se deja seducir por las sólidas gotas que almacena en una caja. Odia el día. Mientras el sueño llega, cruza los brazos y se mece en la ventana, esperando otra vez que vuelva. Pero llega primero la inconciencia. Más fácil ocultar el rostro de la luz, menos doloroso que esperarlo. Él llama desde un teléfono público. Vera no contesta, muy a pesar de sus gritos silenciosos que imploran rescate. Por fin ha llamado y ella no puede levantar la bocina. La busca en el centro. Camina hasta su casa. El timbre no funciona. Intenta con las puertas y ventanas. Nadie responde. Piensa que no está, que se ha ido, como tantas veces lo advirtió. Se marcha maldiciendo sus pasos. Quiere voltear, regresar, tumbar la puerta. Duda. Odia preguntar a sus amigas. Cuáles amigas si Vera las dejo de ver desde hace tiempo. Sube hasta el departamento de una de ellas. La mujer se asoma con un gesto poco amable. Pregunta por Vera, la mujer maldice. No sabe ni quiere saber de ella, la involucró en un robo. Lo corre. Pero antes le entrega una llave, que haga con ella lo que quiera. Él baja la escalera en el terror de pensarla muerta. Vuelve a la casa. La llave corresponde a la puerta trasera, que da entrada a un cuarto oscuro de revelado. En la mesa fotos y videos que Vera pensaba entregarle. Él no los ve por ir de prisa a buscarla. Antes que termine de pronunciar su nombre ya tiene sus ojos en los suyos, los de ella están cerrados, tumbada en el sofá. Una caja vacía, un sueño pleno. Levanta su cuerpo frágil, tiene la ropa arrugada y llena de manchas. La saca pretendiendo llevarla al lago que está cerca del parque. Está seguro que despertará. Su rostro pálido por fin se enfrenta al sol que tanto repudiaba. Él sabe que si despierta en sus brazos frente al lago, no le importara que el sol la vea.