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martes, junio 28, 2005

Si estuvieras ahí

No abras la puerta a las cinco de la tarde. El verano transporta otros fantasmas. Se disfrazan de viento, imploran por las rendijas. Mejor sería desistir. Su temporalidad tardía se impregnará en las paredes, luego en tu piel. Besarán tus huesos con la promesa de un cálido desvelo, pero la intención es sólo un momento de polvo, un ensayo de seducción para cuando llegue la luna, a la que le rendirán su culto. Tú sólo serás un medio, se alimentarán de ti, robarán lo que quede de tu aliento y no podrás ahuyentarlos hasta que llegue el invierno, si es que persiste tu cuerpo.

lunes, junio 27, 2005

Ecos de una voz mordaz

¿Puedes ver estas líneas? Escribo y no sé cómo escribir, es como si mi cabeza estuviera metida en un bote de cristal. Oigo resonancias alrededor mío pero todo es difuso, y sin embargo estoy aquí. Un miedo inconsciente se asoma en momentos. No quiero voltear a ver, porque su cara es monstruosa.

jueves, junio 23, 2005

Sin título

Un brazo se extiende y alcanza un libro olvidado en el suelo del parque. Los dedos exploran la forma, luego la textura, subsisitida a la humedad de la noche. Con el sol alguien lo abre. “La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes." Los ojos permanecen en la cita por segundos. La mañana se aleja, pero se queda en el cielo, lo mismo que los pasos en la tierra. El viento vuela las páginas, el calor las seca y todo parece terminar en el principio.
El entrecomillado es fragmento de "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera.

martes, junio 21, 2005

En un día seco

Tanta lluvia no dejó algo bueno, al menos para mí. Creo que fue en esos días inundados cuando todo empezó a tramarse. Supongo que al no pasar la superficie permanecieron congregadas. El ocio puede transformar hasta la más silenciosa comunidad de insectos, por lo que bien podrían haber decidido sorprenderme.

Muchas conocen bien mis pasos. Puede que me consideran asesina, pues con los pies he aniquilado a muchas de sus hermanas, y las llantas del coche han devastado varias veces la puerta de sus viviendas. Pero juro, que si alguna vez cometí un atentado contra su especie lo hice por supervivencia, es claro que no podemos habitar el mismo espacio.

Creo quedaron muy dolidas desde aquella madrugada que con cierta agresión las expulsé de mi casa. Esa noche, Teo y yo llegamos haciendo burla de todo, después de fumarnos tres horas de aburrimiento en el obligatorio cumpleaños de su tío. Si contar lo del cumpleaños, creo que aquella fue una de nuestras últimas mejores noches. Teo estaba de un humor estupendo y por demás amoroso. Muertos de la risa y tropezando con los muebles subimos las escaleras con prisa por llegar a la cama. Yo dejé con descuido sobre la mesa de la cocina un plato. Estaba cubierto con una servilleta y contenía rebanadas de pastel que nos habían regalado. A ninguno de los dos nos gusta comer pastel, pero Teo me pidió que lo aceptara para no desairar a la tía. Al llegar a la casa le pusimos la mínima atención. Yo me olvidé del asunto y nos quedamos dormidos, Teo suele caer primero, yo casi siempre sufro de insomnio, pero esta vez me quedé dormida hasta que un mal sueño me despertó con sobresalto. Una congregación de gente se desplazaba por la calle con violencia, de un lugar a otro, como buscando algo que no obtenían, y yo intentaba escapar del tumulto. Pero a donde corriera, me alcanzaban unos brazos, pretendiendo despojarme de algo. Fue una pesadilla persecutoria, como tantas que tengo. Ya despierta acudí a la cocina por un vaso con agua. Desde que llegamos a vivir a esa casa nos hemos ocupado para que ni una sola habitara dentro, y derrepente veo ante mí una gran colonia. Decenas trepadas sobre el betún y la miel, otras más atrevidas incrustadas en el pan, subiendo hacia las frutas, bajando por las maderas, en fila desde no sé donde, hasta quién sabe qué destino, todas acarreando su porción. Asustada me tapé la boca para no gritar, pensé en Teo y en no despertarlo. Ellas no tienen la culpa de mi mal, no quise matar a una sola. Me lo reprocho cuando por accidente o necesidad lo hago. Si yo fuera una de ellas qué sentiría. Bien pude haber derramando agua para que terminaran ahogadas, pero todo lo que hice fue tomar el plato con unos guantes y ponerlo en una bolsa para tirar al bote de basura de la calle. Reconozco que cambié la ruta y que muchas murieron, pero entiéndanme que no podía permitir que reinaran en mi casa. No era lógico ceder ese derecho. Quise evitar contratiempos y mantenerme segura.

Por la mañana algunas subsistían desorientadas, empezando a moverse con cierto ritmo como de enojo, mientras les arrebataba con un trapo húmedo las migajas de lo que había sido su manjar. Les grité, sin hacerles daño. Las sacudí con un trapo y en el suelo las barrí hasta echarlas fuera. Ya en el exterior encontrarían su camino de regreso. No pensé que estuvieran tan furiosas como para que hoy, después de una semana, tomaran una decisión tan tajante. Esa tarde a Teo se le cayó por accidente un bote con aguarrás a varios centímetros de la puerta. Su intención era lavar unas brochas para pintar la mesita de noche que me había comprado en el bazar. Unas murieron y a otras quizá el olor las encolerizó. ¡Cómo es posible que unos seres tan civilizadamente organizados, no comprendan lo que es un suceso accidental!

Asumí la mejor disposición de dialogar y explicarles mis motivos, según el manual de la metafísica que me he procurado poner en práctica durante los últimos meses y que me hace experimentar tranquilidad, pero Teo piensa que todo es una tontería. Yo quiero demostrarle que funciona. Llevo meses estudiando. Lo único que intento es que vivamos en paz sin sentir que su especie me amenaza. Les hablé del espacio que nuestra materia ocupa, de su posición y la mía en la coexistencia de un mismo universo, de las diferencias de reinos, de respetar espacios y constituir vidas de manera que no nos afectáramos. Sin embargo, fueron sordas, o mudas o qué sé yo. El caso es que actuaron, con total desinterés en mis palabras. Se enfilaron ante mi puerta, con una postura por demás determinante. Luego, en un acto que yo consideré de humildad, me recosté en el suelo para verlas de frente y hablarles a su nivel. Convencida de que al fin nos conectábamos, las deje trepar sobre mi piel, estaban tan serenas y yo tan resuelta en hacerlo ¡la teoría no podría fallar! Dejarlas subir por mis piernas y brazos sería como un acto de comunión universal, de compenetración con otros seres hermanos de la naturaleza. Primero subieron suavemente, apenas rozando mis manos y tobillos, luego empezaron a desplazarse por todo mi cuerpo. A medida que fluían mis palabras, ellas iban ascendiendo como si al escuchar comprendieran. Una tibieza que se transformó en calor me invadió, hasta llegar al abuso. No podía ser que me estuvieran engañando. Quise levantarme pero me era imposible. Mi arranque de escapar se desarmó, al estar paralizada, tras una levedad extraña. Perdí el conocimiento unos minutos y ahora me encuentro en esta condición en que no me reconozco. No siento los huesos. Pero puedo hablar y verlo todo. Aunque creo que nadie alrededor escucha.

Me es nueva esta clase de terror pasivo en la que estoy inmersa, me horroriza pensar hacia dónde soy llevada y a la vez experimento cierta calma. Pienso en el auxilio ¿por qué tuvieron que asaltarme a esta hora en la que Teo se encuentra trabajando?

Miro hacia la entrada de la casa, con la última esperanza de verlo aparecer. Es el único que me puede rescatar de la profundidad de los túneles donde van a almacenarme.

martes, junio 07, 2005

Por iniciar la estación

Escribir en el verano sobre la luz intensa que vuelve desde el olvido. Los que se van inmersos en la efervescencia confundida en libertad. Los que en la espuma entre el mar y la nube buscan su espíritu perdido. Los que se quedan y reviven en la piel el sol de la niñez. De qué escribir que no sea el respiro de la vida disfrazado de tiempo.