Mi cuerpo es un lienzo tendido que mira y descubre el claroscuro filtrado en la persiana. Líneas verticales se componen en las sombras, se proyectan en mi rostro que adivino fragmentado. Es él. Me incorporo, su sutil presencia me construye, soy una forma añadida en su recuadro. Le buscan mis labios en el aire. Yo soy la novia de Rodchenko. La muchacha con Leica que retrató en la estación. |
Blog de experiencias cotidianas. Te hablaré de libros, de cine, amor y desamor. Te hablaré de lo que hablamos todos.
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sábado, abril 30, 2005
3.05 en una cama que no es la mía
viernes, abril 29, 2005
Lo que sigue siendo
Los segundos gotean, la fuente que ayer contenía frutas verdes, se convirtió en un recipiente desbordándose de tiempo. No lo pude soportar. Detenida en el sofá, cautiva en mis propias redes y con los ojos bien fijos en el centro de la mesa, decidí moverme, arrastrar los hilos. No volví a estar quieta hasta después de haber sacado del horno un pastel hecho con manzanas. Con la nariz embriagada de canela, esperé. Y en la espera, otras tantas telarañas se formaron de manera involuntaria. Ya no estaba esa amenazante piel fresca dentro de la fuente. El color verde había desaparecido, lo poco que quedaba de su esencia se encontraba oculto debajo de una pasta de pan y ningún sonido en la puerta parecía que fueran tus pasos. La lluvia me hizo trémula. Busqué calor en una tasa de café, en un cigarro, en diez vueltas caminadas en círculo, en la intención de abrir nuestra persiana. La tormenta seguía siendo una remembranza de tu andar por este sitio. De tus besos suplicando ser liberados en las horas inmersas entre la carne y el sueño, cuando el ritmo de las gotas se escondía detrás de tu respiración.
Han dado las doce, ni siquiera un ángel ha venido a comerse un pedazo de pan con azúcar y manzana. Los segundos siguen escurriendo. Huelo la tierra que aloja en su humedad otras semillas, frutas en cierne que traerás a casa contigo entre los brazos, que me recuerden que en cada lágrima de tiempo, se desvive la inútil pesadilla de mi piel.
Han dado las doce, ni siquiera un ángel ha venido a comerse un pedazo de pan con azúcar y manzana. Los segundos siguen escurriendo. Huelo la tierra que aloja en su humedad otras semillas, frutas en cierne que traerás a casa contigo entre los brazos, que me recuerden que en cada lágrima de tiempo, se desvive la inútil pesadilla de mi piel.
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