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viernes, enero 18, 2019

Una mujer y una torre


Aquella mujer se enamoró de una torre.
Sus manos claras se perdieron entre muros.
Con vehemencia abrazaba su textura de arcilla, con anhelo su majestuosa belleza.
Descubrió en el apego, un lugar que habitar, al cual pertenecer.
Si mirar hacia arriba es admirar, lo demostró con su frente.
Y de su aliento se alimentó la cercanía.
De estar tan cerca nunca se alejó lo suficiente.
Debió admirarle también en la distancia, o probar cómo se sentía vivir lejos de ahí.
Debió tener una referencia de otras torres y conocer mejor la suya.
De la falta de distancia se formó una realidad distorsionada.
A unas decenas de metros, bajo un cielo claro, su torre estaba inclinada.
El suelo de donde emergía no era el adecuado, con los años fue evidente.
Una noche de trágica tormenta, se escuchó un estruendo.
La hermosa torre cayó.
La mujer enamorada se encontraba abajo, abrazando sus muros, empapada de lluvia, como si su protección evitará la inminente destrucción.
Cuando estuvo a punto de caer, la mujer por instinto tomó la decisión de correr y alejarse.
Corrió hasta donde mas pudo y hasta donde más la lluvia le pudo permitir.
Encontró un refugio en una abandonada casa, a cierta distancia de la torre.
Al amanecer visitó las ruinas, los muros que antes abrazaba hoy caídos.
Se sentó y lloró.
No se miró los pies heridos, ni sus manos curtidas, ni su cuerpo resfriado.
Su vista ahora se posaba en un viejo árbol.