Mi reloj de arena estaba lleno.
Tanto que para vaciarse tal vez podría haber pasado un siglo.
Triste que la magia que se encargó de acumularlo, también sea la que desaparezca con lentitud cada grano.
Fuiste tú el que volteaste mi reloj.
De inmediato sentí un estruendo que comenzó a vaciarme.
Cada grano perdido es una gota de sangre menos en mis venas, de este torrente que ayer cuando nos miramos, ilusamente llamamos amor.
Blog de experiencias cotidianas. Te hablaré de libros, de cine, amor y desamor. Te hablaré de lo que hablamos todos.
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