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sábado, agosto 05, 2017

Para qué sirve el destino

Con esos jeans viejos, en esa tarde de julio, cuando nadie pensaba en el amor, ella pudo haberle dado un vuelco a los trazos, ella pudo haber sacudido la hoja, para romper líneas y volverlas garabatos. Al fin, así de enredado resulta el destino.

Recién llevaba una trenza, de esas como jamaiquinas que por puro gusto se tejió.  Cero maquillaje, sólo la sonrisa.  Él vestido hasta la corbata, como banquero, caminando a la oficina.  Debieron ser las cuatro o las cinco de la tarde.  Se encontraron, sólo se dijeron hola, tres o cuatro frases  y luego un rápido adiós.  Y ella que no pensaba en el amor se fue pensando, en sus ojos verdes, en su voz pausada.  Y él que no pensaba en el amor, soñó con ella esa noche, con su tez perlada.  Y se arrepintió de no haberle preguntado más, de no haberle pedido el teléfono. Y se levantó ese día decidido a escribirle un mensaje por el facebook, pero no se atrevió y entonces pasó más tiempo, le presentaron a Irene y se casó con ella.  Ella siguió dibujando trazos, que se fueron pareciendo más a las sombras. Conoció a Ricardo, se casó con él.  Será el verano, la nostalgia o el silencio, pero hay tardes en que los dos coinciden y se piensan.  Y si le hubiera pedido el teléfono, en su mente se pregunta él.  Y si le hubiera invitado a aquel café, en su mente se pregunta ella.  Habrá veranos, nostalgias o silencios si el destino un día decide que se encuentren, esta vez sin trenza y sin corbata, sólo con los ojos y por fin descubran para qué sirvió el reencuentro.