Recién llevaba una trenza, de esas como jamaiquinas que por puro gusto se tejió. Cero maquillaje, sólo la sonrisa. Él vestido hasta la corbata, como banquero, caminando a la oficina. Debieron ser las cuatro o las cinco de la tarde. Se encontraron, sólo se dijeron hola, tres o cuatro frases y luego un rápido adiós. Y ella que no pensaba en el amor se fue pensando, en sus ojos verdes, en su voz pausada. Y él que no pensaba en el amor, soñó con ella esa noche, con su tez perlada. Y se arrepintió de no haberle preguntado más, de no haberle pedido el teléfono. Y se levantó ese día decidido a escribirle un mensaje por el facebook, pero no se atrevió y entonces pasó más tiempo, le presentaron a Irene y se casó con ella. Ella siguió dibujando trazos, que se fueron pareciendo más a las sombras. Conoció a Ricardo, se casó con él. Será el verano, la nostalgia o el silencio, pero hay tardes en que los dos coinciden y se piensan. Y si le hubiera pedido el teléfono, en su mente se pregunta él. Y si le hubiera invitado a aquel café, en su mente se pregunta ella. Habrá veranos, nostalgias o silencios si el destino un día decide que se encuentren, esta vez sin trenza y sin corbata, sólo con los ojos y por fin descubran para qué sirvió el reencuentro.