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martes, julio 31, 2018

La prisa que sí tiene el tiempo

Ayer pasé por una de esas tiendas que venden el arte en paraguas, bufandas o maletas.  Decidí entrar y aunque nunca he sido un fan de Dalí, opté por comprar para un amigo que vería esa tarde, una de esas tazas de relojes escurridos.  Cuando llegué a la cita, me arrepentí de haberle comprado ese regalo.  Su semblante era tan parecido al de el reloj blando. Yo que esperaba verlo mas entero que nunca para que me contara de su nuevo trabajo y su reciente novia después de su segundo divorcio, lo encontré desgarbado y dolido.  Lo habían despedido quince días después por un capricho del dueño, para poner en su lugar a un pariente desempleado.  La joven novia se fue con otro. Y sus ex mujeres se peleaban por el poco dinero que le quedaba. Se sentía viejo y usado. Preferí no sacar la taza de mi mochila y en lugar de eso, alentarlo con una lista de cosas positivas que podría sacar de lo ocurrido. En algunas cosas me hacía caso, en otros momentos dejaba de escucharme para mirar como escurría la lluvia sobre el cristal de la ventana. Los corazones no suelen ser tan duros como uno los percibe. Pedimos la cuenta. No dejaba de llover.  Antes de despedirnos me pidió el contacto de un conocido para llamarle, le quería vender una de las pocas cosas que le quedaban para obtener dinero mientras volvía a conseguir trabajo.  Al abrir la mochila, la taza accidentalmente cayó justo en la corriente de un charco paralelo a la banqueta que semejaba un río.  Los trozos se fueron alejando, con la misma rapidez con que quiso despedirse, con la misma prisa que sí tiene el tiempo, en la mentira de un reloj blando.