Blog de experiencias cotidianas. Te hablaré de libros, de cine, amor y desamor. Te hablaré de lo que hablamos todos.
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domingo, octubre 30, 2016
La noche más larga de mi vida
Esa noche fue la más larga de su vida. Estaba sola, con su vieja lámpara encendida. Y quién soy yo para estar atento desde la calle, nadie. Pero estaba ahí, aguardado por una señal, una mirada, un señuelo imaginario que nunca hubo. Siempre me gustó mirar ventanas. Me acuerdo de aquel viaje a Nueva York. Aquellos imponentes edificios en la zona de Manhattan, cientos de ventanas como cuadros conceptuales de otras vidas, tan distantes y ajenas a la mía, yo un simple mortal caminando por la calle, con un viejo abrigo negro, queriendo ser uno de ellos, un actor que sale a escena y se aparece, para mirar hacia abajo y encontrar al espectador que le observa, y sonreír, sonreír como si la vida estuviera realizada, resuelta, perfecta. Ese era yo. Pero debo regresar a aquella noche, a la noche mas larga de su vida. No sé cómo, pero sé que ella lloraba, que tenía todo el destino en su contra. Un abandono, tanto de él como de ella misma. Veinte kilos de sobrepeso, ansiedad en cada respiro y todas las razones para no desear vivir. Y sin embargo, no tomó una de esas decisiones repentinas y si la hubiera tomado, no sé como pero yo me hubiera dado cuenta y entonces hubiera acudido. Pero no, esa noche permaneció en vela, a ratos escribiendo y en otros golpeando sus puños contra la mesa, desesperada, convertida en lágrimas, hecha un olvido. Más no para mí. Yo seguí ahí. Un policía pasó, me miró con recelo, entonces caminé cómo encontrando mi rumbo, para luego regresar, volver a mirar y a esperar por ella. Lo cierto es que esa noche nada para mí sucedería y todo para ella cambiaría. Cuando amaneció, salió vestida de negro, pálida, con un pensamiento que no pude leer, y eso que yo, no sé cómo pero lo sabía todo sobre ella. Esa mañana, dejó de tomar café, dejó el cigarro y la risa. Se concentró en comprar flores, en beber agua, como si ella también fuera una flor, que de una vez marchita quisiera levantarse, como una flor imposible, buscando en el agua la esperanza. Flor que al día siguiente salió, con la cara menos pálida, aún vestida de negro, con un detalle tan revelador y tan leve, en su cuello había un botón rojo, un mínimo objeto, grandioso para mí. Todos esos días la miré salir, la miré llegar. Ella sabía que la observaba, no me dio ni la mínima señal para acercarme. Me limité a estar ahí, presente, como para el día que ella estuviera lista a dirigirme una mirada. Dejé de trabajar, también de comer. Sólo por mirarla. Sólo por saberla viva, intentando cambiar. Después de más de cien días, no sé cómo, ella había cambiado de color, de piel, de luz. Estaba delgada, rubia, con más canas que ayer, pero hermosa. Yo más flaco y más abandonado de mí por verla a ella. Una tarde de regreso a su ventana, paso cerca, me miró, no dijo nada. No sé cómo pero eso fue todo para mí. Regresé a mi estudio, le escribí una carta y volví a mi acera acostumbrada. A mirar otra vez. Esa noche también fue la mas larga de mi vida. En medio de la mesa, que formaba parte de aquel cuadro conceptual, apareció en el jarrón una rosa roja solitaria. Luego como actriz, apareció llena de color, llena de vida. Sonrió hacia mí por un instante y despareció de mi vista. Entonces tuve el valor de subir y dejar mi carta por debajo de su puerta. Me marché y esa fue la noche más larga de mi vida. Jamás volví a verla.
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3 comentarios:
Un historia llena de romanticismo que me ha cautivado por la emotividad que desprenden las palabras, la sencillez de su trama y la elegancia de este mensaje nostálgico escrito entre líneas.
Lo comparto encantada y te animo a continuar creando nuevas historias, Graciela.
¡Saludos!
hola! llegamos de la mano de estrella, podria decirse, un placer leerte. abrazosbuhos y felicitaciones por tu sensibilidad.
Gracias +Buho Evanescente! Bienvenida a este espacio y gracias por leerme!
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